jueves, 28 de febrero de 2008

Andrea, la niña cerilla

andrea
Estoy embarazada, y doy a luz a un micro-niño. Tiene el tamaño de una cerilla, sin brazos ni piernas. Es como una cerilla de carne. No estoy muy segura de que esté viva, pero acerco mi oído a su cabeza y oigo una pequeña respiración de asmática. En el lugar de la boca tiene una especie de línea negra o rejilla, me imagino que algún día llegará a ser su boca. El padre de la criatura llama Andrea a la cerilla. Yo la llevo envuelta en papel de periódico para que no coja frío. El padre se la mete en el bolsillo, y yo le digo que no sea tan bruto, que nos vamos a cargar a nuestra hijita.
Se puede coger el metro en todas partes, abrimos la puerta del lavadero y de repente estamos en una estación sin andén, la gente está a la altura de las vías, pisando el carbón ese que ponen. La separación entre vía y "andén" se hace mediante una línea roja pintada en el suelo. Como es una estación de metro especial, está muy concurrida por guiris.
Entramos en el vagón de tren. A mi derecha se sienta un jovencito magrebí que me coge del cuello y me da un morreo. Me lo quito de encima como puedo y miro hacia mi izquierda, donde tengo a dos afroamericanos vestidos en plan rapero. Uno de ellos me dice en inglés americano muy cerrado que cuánto me han costado las bambas, que son la leche. Le digo que me han costado alrededor de 60 dólares. Se bajan en la siguiente estación y yo me parto de risa. Me río porque las bambas son las típicas Reebok cutres, de color rojo. Además me las había comprado de baratillo porque eran una edición limitada navideña, con la palabra "felicidades" bordada en rojo a cada lado. Nos damos una vuelta los tres por el Carrefour, al que hemos llegado por una puerta de ascensor desde la salida del metro.
Llego al rellano de mi casa, estoy sola con la niña, que de repente ha crecido, y es un bebé normal. Me quedo en el rellano pensando qué rápido ha crecido la cría. También caigo en la cuenta de que no he pedido la baja por maternidad. Tengo la posibilidad de no trabajar durante cuatro meses y la dejo pasar. Ensimismada en mis pensamientos, la portera de abajo aparece y me dice que qué hago ahí en medio del rellano, que menudo susto le he dado. Entro en su casa, y está con otra vecina celebrando alguna cosa con vermut y aceitunas rellenas. Me uno a ellas.

1 comentario:

David dijo...

juaaajajaja! me parto pili!!! XDDD

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Estoy en casa de Betsaida, con Alberto, Eva, Sara, y algunas chicas más. Estamos pasando la tarde tirados en el sofá antes de ir a un pueblo...